Eran los días de juegos inocentes. El barrio de Towsend Escurra (nombre aprista de la después bautizada manzana X de la calle M) era el centro de operaciones de los más bulliciosos y entretenidos juegos de toda la urbanización. Eran los días de Walter, Betto, Joel, Ninsa, Jenny, Yaneth, Pachín, Nilo, Kenson, Hamilton, Danny y no sé cuantos niños más que –sin saberlo- consiguieron que los problemas de Enrique y sus hermanos pasen a mejor vida.
Para mil novecientos ochenta y tres estaban de moda en el barrio “El llanero solitario”, “Sankukay”, “el hombre araña”, Los super amigos”, “la mujer maravilla” y el más recordado de todos: “El increíble Hulk”. El caballo del llanero era un palo de escoba que cabalgaba a buen pie, las flechas de los combates salían de las cañas y restos de carrizos extraídos de las esteras viejas, la telaraña del arácnido salía de los ovillos de lana que alguna madre perdía extrañamente y luego encontraba enmarañada entre las casas vecinas, el anillo de los gemelos fantásticos era de papel, el avión invisible de la mujer maravilla estaba en la imaginación de cada uno de los actores que acompañaban las épicas tramas que cada uno diseñaba. De cuando en cuando las madres terminaban estupefactas y anonadadas por la vehemencia y la marcada imaginación de sus hijos para recrear cada escenario y trasladarse a los capítulos más fantásticos que jamás pantalla alguna haya visto. En el barrio ya tenían un espacio ideal. Pasando la del señor Lara habían unas enromes rocas que se convertían en naves interplanetarias, en monstruos contra los que había que luchar; el pequeño acantilado que tenían frente a sus casas ere perfecto para las grandes batallas intergalácticas; pero, si se trataba del Hulk, las mejores locaciones estaban entre las casas.
El increíble hombre verde podía romper muros, levantar rocas inmensas, lanzar a los intrépidos enemigos a metros de distancia, destrozar las más férrea cadena; sin embargo para disfrutar de estos actos impresionantes, debían despertar la furia del médico.
Enrique solía jugar con mucha frecuencia junto a sus hermanos, pero rehuía al papel principal, hasta que aquel día Walter Mayurí lo convenció.
Vamos calaverita – le dijo- esta vez tú serás el doctor.
Mejor no –respondió Enrique- ya me voy a almorzar.
No seas maricón, jugamos un rato y te vas.
Era la hora del almuerzo, la calle casi solitaria sería testigo del juego más recordado durante los próximos años. Los niños jamás contaron como se produjo el accidente, pero hasta hoy recuerdan como terminó todo.
Los niños repartieron los papeles, Enrique sería el doctor David Banner, Walter sería el personaje malo, Pachín el médico colaborador de Banner, Kenson el oficial que intentaría capturar a Hulk. Todos se trasladaron a una casita de esteras perfecta para la ocasión. El doctor Banner fue provocado, un grupo de delincuentes lo sorprendieron a golpes, cayó al suelo y recibió puntapiés, era el momento, empezaba la transformación. De repente ingresó Walter con un retazo de tela de pantalón hecha tirones y lo colgó de las vigas de la casa. Luego, arrastraron al doctor Banner hacia la parte central de la casa, lo levantaron y colocaron la cuerda alrededor del cuello, lo sujetaron bien y dejaron caer. No se transformaba, los actores gritaban ¡conviértete!, ¡conviértete!, pero nada, ya no respondía. Walter balanceó el cuerpo por un instante, nada. El doctor banner estaba cambiando de color, tenía las manos entre la cuerda que sujetaba su cuello, tratando de zafarse, nada. Se mojó los pantalones, dejó de mover los pies, estaba morado. Por un instante los niños dejaron de gritarle que se convierta en Hulk, retrocedieron como entendiendo lo que ocurría y quedaron enmudecidos. Kenson rompió el silencio, cogió una piedra, la lanzó sobre Walter y empezó a gritar:
- ¡Maldito, maldito! –Decía eufórico- ¡tú lo mataste, tu lo mataste!
- ¡Vecina Andrea, su hijo, su hijo!, empezaron a gritar los niños.
- ¡Lo mataron, lo mataron!
- ¡Tú mataste a mi amigo, tu lo mataste!. ¡Te odio, maldito, te odio!
Enrique estaba suspendido de una gruesa cuerda de pantalón jean, el cuello completamente marcado con un collar rojo sangre, sus brazos cansados por el esfuerzo inútil habían caído rendidos a la altura de sus piernas, tenía los pantalones mojados, sus sandalias habían caído también, los pies desnudos y llenos de tierra ya no se sacudían más.
Andrea estaba almorzando con su hermano Guillermo cuando oyó los gritos. Pensó lo peor. Cuando sintió el tumulto en la calle, solo atinó a mirar por una de las rendijas de su estera hacia la calle. Uno de los vecinos traía a Enrique entre sus brazos. Ya no quiso salir. Sintió un dolor muy fuerte en el pecho, se le hizo un nudo enorme en la garganta, empezó a transpirar y la respiración entrecortada afectaba más sus movimientos hacia la mesa. Solo pensó en sentarse para la peor noticia que una madre podía recibir. No lloró, apenas atinó a exhalar y liberar un tenue gemido, solo eso ... (continuará)
domingo, 6 de abril de 2008
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