Él solo atinó a correr.
- Pendejo de mierda, gritó Nestor, espera que te agarre.
- Deja tranquilo al mocoso y sigamos la chamba cumpa, le dijo Chacaltana.
- Pendejo, con cara de idiota, pendejo.
- Ya, ya, vamos a terminar la chamba.
Enrique no pudo dormir esa noche. ¿qué pasaría ahora?, ¿Cómo haría para ver a Janeth?. La palomillada de Betto le había fregado todo. Maldito caballo loco, maldito Alan garcía carajo. No, esto no podía acabar con su ilusión, solo era cuestión de pensar en algo, pero ¿qué haría cambiar de actitud a ese ogro? Era un hecho que mañana vendría a quejarse con su madre y hasta le gritaría seguro. Pero alguna solución debe aparecer. Algo, siempre hay una salida. ¡Ya está!, era fácil. Enrique tendría que disculparse mañana temprano, antes que Nestor salga a taxear. Solo eso, un poco de valor, mucha firmeza y con la verdad por delante ¿y echarse a Betto? Pues algo más tendría que pensar. ¿y si le contara a su madre? De repente ella podría ir a disculparlo ante el vecino furioso y así salvaría su situación. ¡Qué dilema!
Al amanecer, Enrique seguía meditando que haría. Finalmente, se levantó, aprovechando que su madre salía todas las mañanas a hacer las compras al mercado de Caquetá, iría a la casa de Nestor Pinto. Iba temblando, sus manos no paraban de transpirar dentro de los bolsillos del pantalón negro que llevaba puesto. Su chompa escolar marcaba esa figura delgada que lo acompañaría por muchos años. casi por instinto, cruzó la calle, tocó la puerta y enmudeció esperando lo peor.
- ¿quién es? Gritó Nestor.
- yo, vecino, dijo apenas con voz quebrada y muy tenue.
- ¿quién es? gritó más fuerte.
- Yo, vecino. Enrique, el hijo de la señora Andrea.
la puerta se abrió casi de golpe, lanzando una ráfaga de viento sobre el cuerpo tembloroso del niño. un rostro entre furioso y somnoliento apareció en el umbral.
- ¿qué quieres carajo?
-
- Habla pues que no tengo todo el día.
- Vecino, yo quería pedirle disculpas por lo de anoche. Le aseguro que no fui yo, lo que pasa...
- mocoso de mierda, ¿para eso me sacas de la casa a esta hora?
- Es que no fui yo. Usted piensa que yo malogré los afiches y le aseguro...
- Mira hijo, ayer regresó Betto y contó su palomillada. ya hablé con su viejo para que no haga eso otra vez. Se me pasó la mano contigo, debí preguntar primero, pero hacen cada cosa ustedes.
- ¿Ya no está molesto conmigo?
- No hijo, fue la cólera del momento. Por cierto ¿cómo esta tu viejo ah?, hace días que no lo veo.
- Está mejor. Uno de estos días le sacan los fierros y los platinos que le pusieron hace un año. Se queja mucho. Creo que no ha quedado bien porque cojea demasiado, sabe.
- pobre Raúl, pensar que sus pendejadas las está pagando juntitas con su accidente. Bueno, vaya a su casa que tengo que ir a trabajar.
- Gracias vecino.
- Ah, oye, dice mi mujer que vengas por la noche para que te pruebes unas camisas que tiene para ti.
La sonrisa que cubría el rostro de Enrique era indescriptible, de seguro que ninguna cámara fotográfica hubiese captado la expresividad de su rostro, los rasgos de alegría y el brillo que chispeaba de sus ojos al recordar el dialogo que le abrió la esperanza de acercarse más a la hija de Nestor.
Era un día espléndido. No había brillo solar pero era espléndido. Jamás olvidaría esta conversación, jamás. De camino a casa, cruzaron por su mente mil y una oraciones que utilizaría esa noche en casa de la familia Pinto Atocsa. la calle polvorienta y pedregosa era mudo testigo de sus ideas, de su alegría, de esa vitalidad que había inyectado el hasta entonces ogro Nestor Pinto. llegó a casa, preparó el desayuno para su tres hermanos, alistó la carretilla con la que esperaba a su madre todos los días, subió presuroso la cumbre rumbo al paradero de la ruta payet. Su madre se extrañó con él, siempre paraba amargo y le molestaba esperar más de la cuenta, y ahora ¿se transformó el muchacho?. Todo el día estuvo así.
Al caer la noche, sin decirle nada a su madre, se alistaba para ir a casa de la señora Iraida Atocsa. Pero no sería necesario que vea el momento adecuado pues este había llegado sin previo aviso. Tres golpes suaves sobre la puerta de lata y cartón de la casa hicieron que Andrea salga a la puerta. Desde su cuarto, Enrique escuchó la conversación.
- Señora, buenas noches.
- Hola Janteh, dime, porque tocas?
- Dice mi mamá que vaya con su hijo para que le pruebe las camisas que le ofreció en la mañana.
- Este muchacho, que hará pidiendo cosas.
- No vecina, es que mi mamá estaba vendiendo y como le quedaron esas, se las va a dar.
- Enrique -llamó su madre- Enrique, te llama Janeth. Apura que te esperan.
Enrique no quiso salir. Había pensado en todo, menos en que ella misma vendría a llamarlo. Pero ahí estaba. Era hermosa. La noche le marcaba una silueta más bella aun; la brisa suave de la noche jugaba con su larga cabellera y el suelo polvoriento de daba esa imagen de diosa. Él, era un hombrecito enamorado que jamás supo decirle de frente cuanto amor guardó en su pecho. Esa noche marcó la imagen de su primer amor, su amor platónico. Nunca lo contó, pero así empezó todo. Dos años después, le declararía su amor mediante una carta.
domingo, 18 de mayo de 2008
domingo, 4 de mayo de 2008
MALDITO ALAN GARCÍA (primera parte)
“Mi compromiso es con el Perú y con todos los peruanos”
Alan García Pérez (elecciones de 1985)
Enrique había terminado el quinto grado de primaria y vivía su primera experiencia política en el barrio de Víctor Raúl Haya de la Torre. Johni, Liseth, Pachín eran rabanitos (así les decían por esos años a los izquierdistas) y Ninsa, Joel, Betto, Yaneth, Yeny, eran búfalos apristas. Él también se sentía búfalo. No era para menos, integraba la CHAP (Chicos Apristas Peruanos) y hasta había recibido clases de oratoria de los mismísimos compañeros Luis Alva y Mercedes Cabanillas. Era cosa de todos los días ver a estos niños peleando y hasta golpeándose por sus candidatos a la presidencia: Apristas e Izquierdistas, Alanistas y barrantistas. Era cosa de locos.
Enrique se había acercado demasiado, estaba muy involucrado; incluso, llegó a salir por las noches a hacer pintas para el compañero García. La razón de tamaña locura: una compañerita, esa era la razón, una niña aprista lo estaba enmarañando entre el mundo de la campaña electoral y el de su corazón. Era Yaneth Pinto.
Yaneth era impresionante. Tenía cabellos largos hasta las caderas, sonrisa de niña que rompía cualquier alma petrea, sus ojos eran enormes cristales que hacían viajar hacia lo desconocido, su piel tostadita y lozana era de otro mundo; ah, y esos labios, esos labios (los que nunca fueron de Enrique). Así era ella; pero, tenía un ogro al costado, una bestia enorme que sacudía cualquier fantasía con ella, animal difícil de sortear, sabueso dispuesto a matar al primero que la tocase: era Nestor Pinto, era su padre, hombre corpulento y enorme de manos toscas y gruesas, de voz ronca e intimidante, de mirada maliciosa y desafiante. La madre era distinta. Era coqueta, risueña, tenía estilo para hablar, gestos curiosos para decir las cosas; eso sí, fue la mujer más pretenciosa que Enrique conoció en este barrio. Era Iraida Atocsa López, la madre del amor imposible a quien por cierto tampoco le caía bien.
Igual había que arriesgar y lo hizo, Enrique se metió a la CHAP, se puso a repartir volantes, salió a pintar paredes; todo cuanto fue posible para ganarse la confianza de Nestor Pinto. Nunca lo logró pero le quedó el consuelo de tenerla cerca y contemplarla por algunos segundos cada vez que podía. Las tardes de diciembre de 1984 grabaron los acontecimientos más controvertidos de su vida pues terminó confundido entre el primer amor, su filiación a una agrupación política, los atentados terroristas de Sendero Luminoso y una de esas navidades extrañas que nos tocan vivir.
-¡Viva el APRA compañeros, viva la alianza popular!
-Carajo no se burlen del partido. Al primer pendejo lo saco a patadas.
-Pero vecino solo estamos cantando.
-No me jodan. No quiero pendejos en el partido.
-Será su partido seguro.
-¿Quién fue? Hablen mocosos de mierda.
-Pero vecino.
-Se joden porque los agarro a patadas a todos. ¿Quién fue?
-Fue Betto, fue Betto.
-Maricón de mierda, lárgate a tu casa antes que te reviente a golpes. Ni te quejes con tu viejo porque te jodes conmigo.
Así era Nestor Pinto. Grosero, agresivo, intimidante. A Enrique le fue peor. Esa noche Betto de puro gracioso había pintado algunos afiches con el rostro de Alan García pero con bigotes, sin dientes y con cuernos. Cuando se retiró se los entregó a Enrique. Apenas habían caminado un par de cuadras y le pidieron los afiches para pegarlos. El rostro de Nestor era indescriptible,sus ojos estallaron en fuego, sus enormes manos estrujaron los pliegos que cogió; las piernas de Enrique ya no tenían estabilidad, sus manos pequeñas empezaron a transpirar, su corazón parecía salir por la boca, sus ojitos se llenaron de lágrimas. Todos quedaron enmudecidos esperando el desenlace...
Alan García Pérez (elecciones de 1985)
Enrique había terminado el quinto grado de primaria y vivía su primera experiencia política en el barrio de Víctor Raúl Haya de la Torre. Johni, Liseth, Pachín eran rabanitos (así les decían por esos años a los izquierdistas) y Ninsa, Joel, Betto, Yaneth, Yeny, eran búfalos apristas. Él también se sentía búfalo. No era para menos, integraba la CHAP (Chicos Apristas Peruanos) y hasta había recibido clases de oratoria de los mismísimos compañeros Luis Alva y Mercedes Cabanillas. Era cosa de todos los días ver a estos niños peleando y hasta golpeándose por sus candidatos a la presidencia: Apristas e Izquierdistas, Alanistas y barrantistas. Era cosa de locos.
Enrique se había acercado demasiado, estaba muy involucrado; incluso, llegó a salir por las noches a hacer pintas para el compañero García. La razón de tamaña locura: una compañerita, esa era la razón, una niña aprista lo estaba enmarañando entre el mundo de la campaña electoral y el de su corazón. Era Yaneth Pinto.
Yaneth era impresionante. Tenía cabellos largos hasta las caderas, sonrisa de niña que rompía cualquier alma petrea, sus ojos eran enormes cristales que hacían viajar hacia lo desconocido, su piel tostadita y lozana era de otro mundo; ah, y esos labios, esos labios (los que nunca fueron de Enrique). Así era ella; pero, tenía un ogro al costado, una bestia enorme que sacudía cualquier fantasía con ella, animal difícil de sortear, sabueso dispuesto a matar al primero que la tocase: era Nestor Pinto, era su padre, hombre corpulento y enorme de manos toscas y gruesas, de voz ronca e intimidante, de mirada maliciosa y desafiante. La madre era distinta. Era coqueta, risueña, tenía estilo para hablar, gestos curiosos para decir las cosas; eso sí, fue la mujer más pretenciosa que Enrique conoció en este barrio. Era Iraida Atocsa López, la madre del amor imposible a quien por cierto tampoco le caía bien.
Igual había que arriesgar y lo hizo, Enrique se metió a la CHAP, se puso a repartir volantes, salió a pintar paredes; todo cuanto fue posible para ganarse la confianza de Nestor Pinto. Nunca lo logró pero le quedó el consuelo de tenerla cerca y contemplarla por algunos segundos cada vez que podía. Las tardes de diciembre de 1984 grabaron los acontecimientos más controvertidos de su vida pues terminó confundido entre el primer amor, su filiación a una agrupación política, los atentados terroristas de Sendero Luminoso y una de esas navidades extrañas que nos tocan vivir.
-¡Viva el APRA compañeros, viva la alianza popular!
-Carajo no se burlen del partido. Al primer pendejo lo saco a patadas.
-Pero vecino solo estamos cantando.
-No me jodan. No quiero pendejos en el partido.
-Será su partido seguro.
-¿Quién fue? Hablen mocosos de mierda.
-Pero vecino.
-Se joden porque los agarro a patadas a todos. ¿Quién fue?
-Fue Betto, fue Betto.
-Maricón de mierda, lárgate a tu casa antes que te reviente a golpes. Ni te quejes con tu viejo porque te jodes conmigo.
Así era Nestor Pinto. Grosero, agresivo, intimidante. A Enrique le fue peor. Esa noche Betto de puro gracioso había pintado algunos afiches con el rostro de Alan García pero con bigotes, sin dientes y con cuernos. Cuando se retiró se los entregó a Enrique. Apenas habían caminado un par de cuadras y le pidieron los afiches para pegarlos. El rostro de Nestor era indescriptible,sus ojos estallaron en fuego, sus enormes manos estrujaron los pliegos que cogió; las piernas de Enrique ya no tenían estabilidad, sus manos pequeñas empezaron a transpirar, su corazón parecía salir por la boca, sus ojitos se llenaron de lágrimas. Todos quedaron enmudecidos esperando el desenlace...
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