“Mi compromiso es con el Perú y con todos los peruanos”
Alan García Pérez (elecciones de 1985)
Enrique había terminado el quinto grado de primaria y vivía su primera experiencia política en el barrio de Víctor Raúl Haya de la Torre. Johni, Liseth, Pachín eran rabanitos (así les decían por esos años a los izquierdistas) y Ninsa, Joel, Betto, Yaneth, Yeny, eran búfalos apristas. Él también se sentía búfalo. No era para menos, integraba la CHAP (Chicos Apristas Peruanos) y hasta había recibido clases de oratoria de los mismísimos compañeros Luis Alva y Mercedes Cabanillas. Era cosa de todos los días ver a estos niños peleando y hasta golpeándose por sus candidatos a la presidencia: Apristas e Izquierdistas, Alanistas y barrantistas. Era cosa de locos.
Enrique se había acercado demasiado, estaba muy involucrado; incluso, llegó a salir por las noches a hacer pintas para el compañero García. La razón de tamaña locura: una compañerita, esa era la razón, una niña aprista lo estaba enmarañando entre el mundo de la campaña electoral y el de su corazón. Era Yaneth Pinto.
Yaneth era impresionante. Tenía cabellos largos hasta las caderas, sonrisa de niña que rompía cualquier alma petrea, sus ojos eran enormes cristales que hacían viajar hacia lo desconocido, su piel tostadita y lozana era de otro mundo; ah, y esos labios, esos labios (los que nunca fueron de Enrique). Así era ella; pero, tenía un ogro al costado, una bestia enorme que sacudía cualquier fantasía con ella, animal difícil de sortear, sabueso dispuesto a matar al primero que la tocase: era Nestor Pinto, era su padre, hombre corpulento y enorme de manos toscas y gruesas, de voz ronca e intimidante, de mirada maliciosa y desafiante. La madre era distinta. Era coqueta, risueña, tenía estilo para hablar, gestos curiosos para decir las cosas; eso sí, fue la mujer más pretenciosa que Enrique conoció en este barrio. Era Iraida Atocsa López, la madre del amor imposible a quien por cierto tampoco le caía bien.
Igual había que arriesgar y lo hizo, Enrique se metió a la CHAP, se puso a repartir volantes, salió a pintar paredes; todo cuanto fue posible para ganarse la confianza de Nestor Pinto. Nunca lo logró pero le quedó el consuelo de tenerla cerca y contemplarla por algunos segundos cada vez que podía. Las tardes de diciembre de 1984 grabaron los acontecimientos más controvertidos de su vida pues terminó confundido entre el primer amor, su filiación a una agrupación política, los atentados terroristas de Sendero Luminoso y una de esas navidades extrañas que nos tocan vivir.
-¡Viva el APRA compañeros, viva la alianza popular!
-Carajo no se burlen del partido. Al primer pendejo lo saco a patadas.
-Pero vecino solo estamos cantando.
-No me jodan. No quiero pendejos en el partido.
-Será su partido seguro.
-¿Quién fue? Hablen mocosos de mierda.
-Pero vecino.
-Se joden porque los agarro a patadas a todos. ¿Quién fue?
-Fue Betto, fue Betto.
-Maricón de mierda, lárgate a tu casa antes que te reviente a golpes. Ni te quejes con tu viejo porque te jodes conmigo.
Así era Nestor Pinto. Grosero, agresivo, intimidante. A Enrique le fue peor. Esa noche Betto de puro gracioso había pintado algunos afiches con el rostro de Alan García pero con bigotes, sin dientes y con cuernos. Cuando se retiró se los entregó a Enrique. Apenas habían caminado un par de cuadras y le pidieron los afiches para pegarlos. El rostro de Nestor era indescriptible,sus ojos estallaron en fuego, sus enormes manos estrujaron los pliegos que cogió; las piernas de Enrique ya no tenían estabilidad, sus manos pequeñas empezaron a transpirar, su corazón parecía salir por la boca, sus ojitos se llenaron de lágrimas. Todos quedaron enmudecidos esperando el desenlace...
domingo, 4 de mayo de 2008
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