Andrea salió a abrir la puerta.
Yeny Se había desmayado hacía varios minutos. Tenía un poco de algodón con alcohol empapando su nariz, alguna tapa de olla que apareció por ahí agitándose para darle aire y toda una procesión de vecinos que –imaginando lo peor- acompañaban el cuerpecito indefenso de la niña marcada por el infortunio.
Definitivamente, la tragedia rondaba en la casa de la señora Andrea. Era la mala suerte, la maldición de la loca, sus hijos estaban pagando lo que su padre había hecho. Así es el destino pues, todo se paga en esta vida. Los hijos sufren por las acciones de los padres. Lo que tus padres hayan sembrado, tú cosecharás. Y vaya que José Raúl había sembrado harto, pero pura hierba mala, puro pasto para animales. Ahora, los hijos pagaban las culpas ajenas.
Ahí estaba ella. Entre los brazos de Jaime Leyva, hijo de Macaria. Ingresaron a la casa. El silencio inicial se rompió con las palabras de Yeny.
-¡mami, me duele mi cabeza!
-¡ya despertó, ya despertó!
-¡mami, quiero vomitar!
-¡traigan un recipiente, una vasija. Traigan algo, pronto!
Así eran los vecinos de este barrio. Todos miraban estupefactos a la familia de Andrea. La fortaleza que tenían para levantarse. Era sorprendente, como esta mujer sola podía criar a cuatro hijos (sin contar que pronto se haría cargo de su hermano Guillermo y del accidentado Raúl quien fuera atropellado en la navidad de 1982)
La felicidad le parecía esquiva a Yeny. Extrañó a su padre por varios meses; ahora que había regresado, lo tendría postrado en una cama y casi invalido y cascarrabias por sentirse completamente inútil; en unos años, nuevamente serían nuevamente separados por la incapacidad paternal para asumir su ficción de cabeza de familia. Pero ella no entendía nada de eso, solo quería a su padre y punto. No se diga más. Total, toda hija se pega más al padre, ¿verdad?.
-Oye Enrique ¿y eso que tiene que ver con el accidente de tu hermana?
-Ah, cierto, lo olvidaba.
Yeny nos contó que mientras jugaba a las chapadas con Kelly y Chaqueta (una niña muy simpática cuyo nombre revelaré más adelante), empezó a pensar en su padre. Recordó aquella tarde que los llevó a comer pollo a la brasa, aquella otra vez que fueron al chifa y su hermanito Jimy pidió una sopa llamada “chifú chifú” (era un niñito pues, la sopa era Fuchi Fu), evocó aquella mañana imborrable del parque de las leyendas, cuando Raúl les compró dulces y pelotitas mientras paseaban y el travieso de Johni hizo que la de Jimy se fuera hacia la zona de los rinocerontes. Es que era un travieso pues.
-¿y?
-Lo siento, pero eso contó ella pues.
Mientras Yeny recordaba esos días de felicidad, no se percató que sus pasadores se habían soltado. Siguió corriendo. Fueron solo instantes de suspensión mental. Fracción de segundos que culminó con un sonoro golpe en el piso de tierra y piedras menudas.
Kelly gritó: ¡ahora la lleva Yeny!, ¡corran, corran!
-Ya pues hermano, me estas dando muchas vueltas ah. Creo que es todo por esta noche, regreso mañana.
-¡No, espera! Aquí termino
Mi hermana dio algunos pasos. Serían cuatro o cinco. Uno de sus pies pisó el pasador, trabando su persecución. Su delgado cuerpo fue cayendo lentamente ante la atónita mirada de sus amiguitas, el desesperado intento de Kelly por cogerla y el alboroto de dos vecinas que vieron la espectacular caída. Al trabarse sus pies (y sin posibilidad de reaccionar) cayó casi recta y firme, como una varita, directo al suelo. Su carita terminó estampada en el polvo, su frentecita impactó en una piedra que terminó marcándole una línea de dos centímetros y sus manitos –que tampoco reaccionaron- terminaron dobladas y escondidas entre el cuerpo y el suelo. Se había desmayado. No sé si del golpe, so sé si dela vergüenza; lo que si sé –porque ella me lo contó – es que mientras caía al suelo iba pensando en la paliza que le daría su madre por no haberse atado los pasadores. Afortunadamente, las vecinas ayudaron, culparon al destino, al infortunio, en fin; el resto, ya lo conoces.
-Ahora si, hasta mañana
-Hasta mañana Enrique.
domingo, 15 de junio de 2008
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