- Andrea, Andrea, mierda, sal que han matado a tu hijo. Corre carajo, corre.
Andrea estaba sentada en su pequeño comedor escuchando música cuando oyó todo. Se quedó estática, no lloró, solo imaginó quien sería esta vez. Cuando vio entre las esteras de su casa el cuerpecito que venía entre los brazos de su amiga, entendió de quien se trataba. Su mente hiló miles de ideas; recordó el nacimiento de su hijo, peludito como un mono, gritando en plena selva; sufrió esos segundos pensando lo que pasó para cambiarle el nombre mal escrito por el secretario del pueblito de Villa Virgen, quien lo había inscrito como Yimy y ella quería Jimy; recordó el gusto especial que le tenía a su única mamadera (la que lo acompañó hasta los siete años en el colegio primario) y tenía forma de Pedro Picapiedra; recordó esos gritos diciendo ¡quiero mi agua azucarada!, ¡quiero mi agua azucarada! Y finalmente sintió la mano de su amiga. Cogió a su último hijo, lo llevó hacia el cuarto y lo recostó en su cama.
Afuera, la gente se había aglomerado e intentaba ver lo ocurrido. En minutos el accidente se había convertido en tragedia de todo el barrio. El camionero estaba detenido, un grupo de vecinos liderados por Hilario Huanca no lo dejaban partir y la gente se enardecía cada vez más con el inocente conductor.
Esa mañana, cuando Jimy salió de la casa, el camionero había estacionado para vender plátanos a los vecinos de Towsend Escurra. Él siguió conduciendo su camioncito y avanzó por debajo del enorme camión platanero. Aun no había cruzado todo el vehículo cuando se puso en marcha de manera repentina. Esa mañana ocurrieron dos milagros: ese tipo de transporte siempre va lentamente para seguir vendiendo y llamando agente a través de sus altavoces. Las llantas cogieron al camioncito de plástico, lo levantó y reventó las llantas traseras; luego, lo cogieron de sus botas y lo tumbaron. La caída lo dejó inconsciente y ahí empezó todo el drama, la gente gritó, Macaria llevó a Jimy a los brazos de Andrea y el camionero, luego del susto, nunca más regresó por el barrio.
Cada vez que Jimy recuerda este incidente dice que fueron sus pibes los que le salvaron la vida. Esos pibes los guardó durante años, eran su adoración. No recuerdo como las dejó, hace unos días le preguntaré por ellas. Aunque ya está un poco viejo para esos recuerdos pues tiene 30 años, me sorprendió lo que dijo:
"Las pibes, esas botas hasta ahora las tengo en mis pensamiento, pues que fueron las únicas botas que tuve durante toda mi vida, y me quedaban grandes; por cierto, eran de color maíz oscuro, o quizá caqui pues de colores nunca supe nada. Ese día me acuerdo que las llantas pasaron sobre mis botas tocándome un poco los dedos y cuando salió volando el camión de plástico volé junto con él salimos con fuerza debajo del camión de plátanos.
Ah, las botas las regalón mandándolas a la selva; me acompañaron hasta Canto Grande, como no las usaba me daban mucha pena tenerlas en un rincón; más pena me dio cuando las regalaron, pero como todo tiene un propósito y un ciclo en esta vida… Creo que así fue con las pibes, me salvaron la vida, y de seguro lo hicieron con alguien más"
sábado, 31 de enero de 2009
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